lunes, 28 de enero de 2008

Renuncia a partidos políticos

En los diversos noticiarios se ha anunciado para marzo de este año las reformas al sistema político chileno. Cambios al sistema binominal de elección mayoritaria; la propuesta de inscripción automática al sistema electoral con voto voluntario; voto para los chilenos residentes en el extranjero; y, ahora último se suma la idea de restringir la libertad de los congresistas de renunciar a sus conglomerados políticos al establecer la sanción de que quien renuncie a su partido, perderá su escaño en el parlamento.

Sin duda que ello abre una gran pregunta. Muchas preguntas ¿los diputados y senadores son elegidos por pertenecer a un partido político? ¿Son elegidos por que las personas que votan por los candidatos sin importar al partido al cual pertenecen? ¿Cuál es el rol de los partidos políticos?.

Partiendo por la última de las preguntas, sin duda independiente de la definición legal, los partidos políticos son cuerpos intermedios que representan, no dirigen o crean, sólo representan los intereses de sus afiliados y suelen crecer o disminuir en su adherencia en la medida de que representen o no a la población. Por ello, con el transcurso del tiempo tenemos una historia de partidos que en su momento fueron gigantescos, cómo el Radical y que hoy en día son minorías. Por el contrario tenemos también partidos que sus orígenes fueron solo una facción de otro y hoy en día son grandes fuerzas políticas, como es el caso de la UDI. Lo anterior se explica por que nos encontramos en un sistema republicano de democracia directa, en el cual el poder se encuentra en los ciudadanos, no en los partidos políticos.

Hoy, nos encontramos con que cada vez más existe un fenómeno creciente de menos número de inscritos, lo que se ha traducido, erróneamente, por los analistas como que no existe interés en la política. Por el contrario, esos datos debemos contrastarlos con los que nos indican el crecimiento de grupos sociales con intereses políticos no tradicionales, vale decir, generaciones desencantadas de la forma de llevar la política por una cúpula que no se ha renovado en los últimos 30 años (tanto la parlamentaria como la extraparlamentaria) ha decidido tomar la acción por sus manos y demostrar aun más interés político que sus predecesores, pero en los problemas de hoy.

Ello, además del índice de baja popularidad de los partidos y los políticos, nos indica que los partidos políticos están perdiendo poder (si entendemos que este se mide en sus adherentes) y hoy tienen dos opciones para mantener su opción: cambian radicalmente renunciando a las estructuras tradicionales o, por el contrario, crean mecanismos sobre mecanismos para extender sus raíces en el poder, sin renunciar en ello aun en desmedro del propio país.

Desgraciadamente los hechos nos indican que han optado por este último camino. Tratando de socavar la autoridad presidencial han reformado la constitución para poder controlar la ejecutivo (las interpelaciones) y hoy en día en lugar de apoyar al Presidente condicionan ese apoyo a cambio de cuotas de poder. En lugar de votar conforme a las intenciones de sus representados, hoy obligan a los representados a apoyarlos aun cuando ello no les conviene (como el caso de transantiago, donde se pretendía obtener financiamiento, para financiar a los empresarios involucrados) y de esta manera, obtener nuevas cuotas de poder en este apoyo condicionado al Presidente.

¿A quien se deben los parlamentarios? ¿A los partidos o a las personas? Si habláramos en forma jurídica diríamos que los congresistas son “mandatarios” esto es, son quienes por medio de un voto reciben un mandato y el votante es el mandante. En forma política desde la revolución francesa la formula es la siguiente: “voto por usted, por que usted me representa y llevará mi voz al congreso”. De todas formas, como lo veamos, los senadores y diputados se deben a los ciudadanos que los eligieron no a los partidos ni a las personas que financiaron la campaña. Y a su vez, nosotros los que votamos tenemos la obligación de fiscalizar a nuestros congresistas y de hacer sentir nuestra voz.

Si llegaran a aprobar una normativa en la cual los congresistas perdieran su escaño al renunciar a los partidos, nos encontraríamos definitivamente en un sistema donde las cúpulas gobernarían por ellos y para ellos.